El tiempo perfecto para convivir contigo misma

Mónica Cabrejos reflexiona sobre la madurez, las emociones y ese momento en el que las personas logran amarse a sí mismas

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Hallar el momento de amarse uno mismo
Hallar el momento de amarse uno mismo

He vivido esperando que llegue el trabajo anhelado, el momento especial, el día después de mañana para ser feliz. 

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Me he pasado casi la mitad de mi vida en compás de espera, contando los segundos para que la suerte cambie. A estas alturas de mi vida he aprendido que en esa constante pausa se nos escapa lo más interesante de todo: El presente. 

De un tiempo a esta parte, de manera inexplicable, empecé a experimentar cambios sustanciales en mi existencia, todos referidos a mi estado mental y espiritual. En buena cuenta –para resumir la experiencia- he dejado de esperar el momento idóneo para solucionar mi vida. 

Podríamos definir la madurez como el juicio prudente o sensato; la edad de un individuo que disfruta plenamente de sus capacidades. Diría que la madurez es la tranquilidad de la mente, siendo honesta pensé que al llegar a la madurez me sentiría agotada, pero es todo lo ontrario, tengo más ganas de vivir que nunca. Me siento renovada y recargada para disfrutar del momento.

No puedo decir que llegó de manera espontánea, sin trabajo ni esfuerzo; por el contrario, la madurez se instaló en mi vida después de un largo proceso de introspección.  

He aprendido que el amor más importante es el amor propio -y exactamente igual que cuando uno alimenta el sentimiento en una relación romántica- trabajo cada día en fortalecer el vínculo conmigo misma. Renuevo el compromiso de amarme por sobre todas las opciones emocionales que puedo tener, pues resulta incongruente pretender a amar a otro si uno no puede hacerlo consigo mismo. 

Puede sonar un cliché “amarse así mismo” pero es necesario y muy importante; la verdadera fórmula para alcanzar el amor propio no es otra que no traicionarse y guardar fidelidad absoluta a tu propio bienestar.

Sabes que maduraste cuando tomas conciencia de lo que te daña; lo reconoces, lo reduces en tu mente y no lo soportas más. Sabes que te has transformado cuando tú misma reconoces los errores, los asumes, pero ya no los cometes de nuevo. 

Sabes que maduraste cuando -metafóricamente- tus antiguos zapatos favoritos ya no te calzan. Maduraste cuando disfrutas tanto de tu tiempo en soledad como en compañía, cuando sabes que eres la única responsable de tus acciones de vida. Cuando descubres el placer de vivir –lo simple y lo complejo- con la misma energía.  

Así... un día sabes que esa serenidad solo puede venir de la madurez. El tiempo perfecto para convivir contigo misma.

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