Magdalena Machaca de ABA: “Hemos restablecido el respeto”

Chuschi, cuna de la revolución de las hermanas Magdalena y Marcela Machaca. En la comunidad campesina de Quispillacta, ubicada en el distrito ayacuchano donde Sendero Luminoso inició su accionar, en 1991 ellas crearon la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA). En un principio, lo tuvieron todo en contra. Años antes, Modesto, su padre, había pedido autorización a todo Quispillacta para partir a Huamanga y romper con una absurda tradición: negarle educación a las mujeres. Magdalena y Marcela se hicieron ingenieras. Al retornar, aprendieron mucho más. Desde entonces su tierra es otra; y ello, gracias a que han recobrado el cariño y respeto por el agua.

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Cuenta que ha restablecido una serie de actividades por el bienestar de la población.
Cuenta que ha restablecido una serie de actividades por el bienestar de la población.

Por: Antonio OrjedaFotografías: LdCChuschi, cuna de la revolución de las hermanas Magdalena y Marcela Machaca. En la comunidad campesina de Quispillacta, ubicada en el distrito ayacuchano donde Sendero Luminoso inició su accionar, en 1991 ellas crearon la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA). En un principio, lo tuvieron todo en contra. Años antes, Modesto, su padre, había pedido autorización a todo Quispillacta para partir a Huamanga y romper con una absurda tradición: negarle educación a las mujeres. Magdalena y Marcela se hicieron ingenieras. Al retornar, aprendieron mucho más. Desde entonces su tierra es otra; y ello, gracias a que han recobrado el cariño y respeto por el agua.–Su comunidad pertenece a Chuschi, donde Sendero Luminoso se dio a conocer al quemar las ánforas para el proceso electoral de 1980. Tenía 13 años, ¿qué recuerda?–Mi papá salió miembro de mesa. Me dejó cocinando y se fue, pero pasaban las horas y no regresaba. Me subí al arbolito que teníamos detrás de la cocina, y desde arriba veo que estaba saliendo humo de Chuschi… Mi papá llegó y dijo: “Unos locos han entrado, nos han quitado las ánforas, ¡todo lo han quemado!”.–Ello devino en que toda la comunidad debió partir.–A la larga, pero ese día nadie pensó en eso. Para nada pensamos en la enorme trascendencia que tendría ese hecho. El 24 de noviembre de 1984 la comunidad se enfrentó a Sendero, porque a los estudiantes también nos habían puesto entre la espada y la pared: “Se quedan con nosotros, haciendo la revolución; o se van”. Nosotras ya estábamos en la universidad, y como decidimos quedarnos, perdimos el lazo; porque hasta entonces, en todas las vacaciones volvíamos para pastar las ovejas, hacer la chacra… Todo eso se rompió.–¿En qué año acabó la universidad?–El 89.–La situación aún era difícil.–¡Seguía! El 92 terminó todo, con la captura de Abimael. Para entonces habían horneado al alcalde de Chuschi. Para entonces, ABA (la Asociación Bartolomé Aripaylla) ya tenía una vigencia.–Ese detalle es clave: terminaron la carrera y decidieron -usted y su hermana- volver a Quispillacta. ¿Por qué? Como ingenieras podían haberse buscado un futuro en otra parte.–Es que la destrucción de todos los elementos culturales había sido fuerte. ¡Terrible! Había un desconocimiento total de nuestra agricultura campesina andina, que era lo que nosotras habíamos estudiado; y nos planteamos trabajar en eso. Lo convertimos en nuestro tema de tesis.REVALORAR LA TIERRA–Una vez en su comunidad, descubrieron que todo lo aprendido en la universidad no les serviría de nada.–Para aportar a nuestra comunidad, no recibimos nada en la universidad. Nosotras queríamos revalorar los tubérculos marginalizados, y nos dimos cuenta de que había tecnologías propias que permiten reproducir semillas, sin manipular. Buscamos a los grandes depositarios, a los ancianos. Mi papá nos dio una lista y fuimos a las 12 comunidades de Quispillacta. Así volvimos a aprender.–¿Cómo las veía su comunidad? Se trataba de dos profesionales regresando a realizar tareas de campo.–Nos asignaron un compromiso: el fortalecimiento de nuestra cultura, a la que le habíamos perdido el respeto. Y eso, porque no se acabó todo el 84 -tras el enfrentamiento con Sendero-, pues varios se quedaron dentro, los fanatizados, que continuaron con las matanzas. Por eso los mayores hablaban de que se había perdido el respeto, entre nosotros y con la madre naturaleza.Además, producto de esa vivencia, muchos -casi el 80%- se hicieron evangélicos; tanto para evadir las amenazas de Sendero como de los militares, y comenzaron a construir iglesias, casas comunales, eran otra clase de fanáticos. No valoraban los rituales que habíamos aprendido de nuestros padres, de los sabios.

–La tenían difícil. Como para su objetivo el agua era clave, apelaron a la tecnología ancestral para sembrar lagunas artificiales. La ciencia occidental lo hace bien fácil: cava, echa cemento y llena con agua. Ya está.–En la universidad nos enseñaron a hacer un uso eficiente de los recursos naturales. En este caso, del agua. El uso eficiente implica apelar al fierro y cemento, y privilegia el uso de aguas superficiales: los riachuelos. Así se fueron secando los manantiales; y una vez que se acabaron las fuentes superficiales, le echaron cemento a los puquiales, hasta agotarlos. Y cuando eso pasa, lo que queda son enormes elefantes blancos, como el reservorio de Puncupata, el canal de ocho kilómetros de Tuco.EL CEMENTO MATA–Por eso, apelando al saber de los sabios, comenzaron a sembrar agua.–Así es.–Ya han sembrado más de 60 lagunas. ¿Cómo?–Es la crianza. El cemento no cría, mata. Hay elementos que ayudan a criar, a que se regenere el agua. Son materiales propios, que empatan con la vida del agua: la arcilla, los prismas de tierra, las piedras.–¿Qué ha significado su trabajo para Quispillacta?–La comunidad dice que hemos restablecido lo que la comunidad era hace cuarenta años. Hemos restablecido el respeto, las condiciones ambientales, ahora hay agua, hay pastos, hay buena calidad de leche. Lo hemos restablecido.–Las nuevas generaciones suelen renegar de los conocimientos ancestrales. Ustedes también han revertido esa tendencia.–Estamos sembrando jóvenes con orgullo por lo suyo. Hemos trabajado con niñitos que ahora están en la universidad, y lo más bonito es que ahora van con ese orgullo elevado. Ya no se dejan maltratar.

SOBRE LA TECNOLOGÍA

—¿Cómo comenzaron?—La localidad de Tuco fue la pionera en la siembra de agua de lluvia.—Su gran enemigo sería el tiempo, pues con la tecnología occidental se construyen reservorios al toque, y ustedes apelan a la recolección del agua, que puede tomar cinco años.—La tecnología occidental es para los desesperados. Hay que tener paciencia y cariño para ser criador.—Mientras, ¿de qué vivían?—De la chacra. Y cuando tocó sustentar la tesis, nos dijeron: “Con tanto cariño las hemos forjado, ¿y ahora nos dicen que lo que les hemos enseñado no sirve?”. Lamentablemente, así era. Servía quizás para otro tipo de agricultura, no para la nuestra. Se armó una discusión. No nos querían dar el cartón (ríe)… Lo hicieron solo porque habíamos ocupado los primeros lugares.

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